7.4.11


Vaudeville: melodías folclóricas de la era electrónica
Sasha Grey dice que empezó a escribir-se a los 11 años, en 1999, El Año del Conejo, según el horóscopo chino (igual que este 2011). Lo hacía sin saber muy bien qué estaba haciendo, confiesa más o menos con voz sugerente en este vídeo, prólogo de sus memorias. A sus 22 años, tiene vida más que de sobra para haberle deparado épica, hípica y comedia y melodrama, lo doy por hecho, todo esto lo digo yo, es una reflexión retórica la mía. Escribía-se: en una suerte de actividad que manifestaba el brazo derecho o izquierdo (no sé si es diestra o zurda), si lo hacía a mano. O a máquina: con ambas manos si a esa edad registraba sus hazañas en la computadora o en una máquina de escribir “desvencijada”: cuando leo este adjetivo normalmente me fumigo. Y lo pongo entre comillas, en boca de otro, porque yo jamás lo diría, luego esta vez su presencia fantasmagórica puede combatirse simplemente rociándome con agua de rosas o mostaza o tabasco verde. SG tuvo ese pálpito, el de conservar su vida de ese modo, el de almacenar cada día todo lo que contenían los bolsillos del pantalón ajustado o el escote y meterlo en una caja, disco duro o fotografía o vídeo o plastilina. Yo, tampoco sé por qué, igual que ella en cierto modo (suspiro) tengo una “debilidad” que procede de algún lugar que no sé bien. Es un aullido que te envuelve, no procede claramente del este, o del oeste, o de las antípodas o de las profundidades o del más allá (eso seguro que no) o del contrabando. Se activa del modo opuesto al de esta gran chica de nombre de pila que casi se inhala, se aspira, se inspira. Incluso de proceder también muy contradictorio con respecto a uno de mis gigantescos estímulos, Daniel Johnston, al que localicé mucho después que a mi aullido pero me dio certeras pistas. También grabó casi cada fragmento, cada escena de su vida desde su infancia mucho antes incluso de que sus días fueran capítulos y las elipsis, secuencias. Yo, y al final ese es parte del sentido de todo porque inevitablemente somos seres humanos subjetivos que intentamos o no relacionarnos en sociedad como los animales en manadas, prefiero la memoria, y a veces me pregunto si la amnesia me dará más libertad. Realmente no sé por qué, ni siquiera aseguro que así lo decida sino que en este caso sí que responde a algo que va más allá de mi elección, me precede y me sucederá. Es lo que dicen, creo, “naturaleza”. No es que no me importe o me pese en exceso el pasado imperfecto o no, sino que estoy inexorablemente atado al presente y ante todo aferrado a una cometa que sobrevuela el futuro. En fin, esto parece cosa seria de ciencia ficción laberíntica, pero es mucho más un musical cómico donde los personajes bailan sonámbulos y sueñan despiertos. Todo esto se resume en que, frente a Ella o a Él, yo prefiero, y dicho de una forma muy heterodoxa y libre, almacenar los misterios de la humanidad de otros y así explicarme a mí mismo. Seguramente sea mucho más confesional que Ella (que Él no lo sé), aunque pretenda esconderme o resguardarme de los peligros de Occidente cavando un atajo para salvar el mundo que denomino SUPERLUV. Un camino donde se venden elixires homologados por Van Dyke Parks y otros productos presuntamente medicinales. Y se representan piezas breves, estróficas con estribillo, en las que se alterna música artificial (hecha por el hombre), melodías folclóricas de la era electrónica dividida en partes cantadas y números (primos) musicales. Como en el hillbilly, en esta sombra se viste como se puede, se habla como se quiere, se respira hondo y se dispara el revólver por diversión.