NY off the record II
Una de la madrugada, quizá más tarde. Acabo de salir del estudio, tengo en la cabeza un estribillo que acabo de cantar, que entre otras cosas habla del amoniaco (por el anuncio de laca de la TV que protagoniza Penélope Cruz, donde dice con mucho glamour “Sin amoniaco”). También hablo de que nunca me ahorcaría un domingo, y no tiene necesariamente conexión directa con lo del amoniaco. Hay que hacer un par de transbordos. Estoy en la estación de la calle 14 – Union Square, en Manhattan, esperando el metro. Un chico canta y toca una guitarra acústica distorsionada porque le ha pegado con cinta adhesiva un pequeño amplificador de baja fidelidad. Suenan éxitos encadenados, sin conexión aparente salvo la idéntica manera en que el inesperado público, unas cincuenta personas esparcidas en aproximadamente doscientos metros de andén, lo celebra frenético. Una chica abombada se lleva el signo de la victoria a los labios, todos los dedos de la mano recogidos salvo el índice y el medio, abre la boca y saca la lengua y la mueve arriba y abajo en bucle, rápida y sistemáticamente, según se suceden las canciones, mientras cierra los ojos acaso para concentrarse en su vida interior. Es imposible escapar a las miradas cómplices, te atrapan, te sonríen, te hacen un nudo en el estómago si fuera necesario. Este es un momento de fraternidad súbita, espontánea, el hábitat del anuncio de un refresco con gas de múltiples sabores. El Papa Benedicto XVI es uno de sus más reconocidos consumidores. Las vías de acero se tambalean, el ruido de un tren oculto se puede oír remotamente, está llegando. Frena, se abren las puertas y entramos casi todos. Justo en mi vagón, el músico callejero. El espectáculo continúa, sonrío de verdad porque es divertido, como burbujas de aire en una bebida carbonatada.
NY off the record I
(© pic Ana Bolívar)