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7.9.11


© pic Daniel Clowes & Chris WareHay dos clases de personas: las que escriben acerca de cosas que saben, y las que escriben sobre cosas que no saben bien. Yo soy de los segundos. Ejemplo: me encanta hablar sobre Rayos X.
There are two different kinds of people: those who write about things they know and those who write about things they don’t really know. I’m from the second kind. For example: I love to talk about X-Ray.

9.8.11


Busco editorial interesada en relatos sobre asesinos tántricos, la sima del Meridiano de Greenwich, El Observatorio Espacial de Rayos X...
I look for a publishing company interested in tantric killers, the abyss of Greenwich Meridian, Array Of Low Energy X-ray Imaging Sensors...

4.5.11


© pic Rising Tensions
Una radiografía de una manada de búfalos

Shelley se cambió el nombre de pila el mismo día que decidió no casarse con su novio de toda la vida. Desde ese fatídico día pasó a ser Alexis, en homenaje al observatorio espacial de rayos X estadounidense, Array of Low Energy X-ray Imaging Sensors. Tenía la superstición de que algo muy parecido a una radiografía (imaginaria) del interior de Malcom, su ex-prometido, le había revelado el lado oscuro de quien hasta entonces sólo veía el perfil más radiante. Cualquier amiga con sentido común le habría confesado a Shelley antes de convertirse en Alexis que todos tenemos un lado oscuro, el elemento alineado con el mal y el odio, pero que se puede controlar y utilizar esa energía con la mente, e incluso mover cucharas de postre según retransmisiones recuperadas de tiempos pasados en programas de televisión grotescos del siglo XX. Pero no había entonces nadie en su entorno íntimo que no dependiera en su toma de decisiones de un conocimiento esotérico, y entre tanto la transición entre el ser Shelley y el nuevo ente Alexis fue tan vertiginosa y fugaz como una rubia de verano. La decisión estaba tomada acaso antes de cambiar la escena. Alexis inmediatamente odiaba el hastío, la languidez, lo proverbial, las pesadillas, el aire comprimido, las enfermedades infecciosas aburridas e infantiles. Lo quería todo a lo grande, muy adulto, muy grave, muy contagioso, y muy solitario. Repudiaba la comunidad, casi a la gente en sí. Sólo reconocía una unión gravitacional muy débil con la sociedad, se veía una turista en su propio planeta, una adicta a los souvenirs porque disfrutaba de ellos con la mirada del extraterrestre, con la perspectiva soñada por todo comerciante de souvenirs. Vivía en un nube de polvo, una nebulosa de reflexión en la que flotaba como en una galaxia. Parpadeaba, ponía los ojos en blanco. Era extremadamente feliz. Sólo echaba de menos una escena pasada, una manada de búfalos pastando en el parque de Yellowstone.

23.3.10


L.A.C.A.
Hace ya un tiempo confuso, porque ese recuerdo terrorífico que uno siente con las películas de miedo me aturde, atravesó mi cuerpo un rayo catódico y me partió la conciencia en dos escrúpulos idénticos en tamaño aunque hostiles. Una mitad lloraba de risa y otra de pena. Como las dos caras de Prince, o de Boy George. Todo ocurrió cuando oí unas palabras legendarias despegar de la TV, embaladas en una voz femenina: “Sin amoniaco”.
Confieso que escuchar no era lo que hacía precisamente, sino vigilar los gnocchi y lavar la albahaca fresca. Pero esos fonemas, volátiles quizá por nombrar uno de los gases que formaban la primitiva atmósfera, retumbaron en la sima de mi aparato auditivo; en mi martillo, yunque y estribo. “Sin amoniaco. “Sin amoniaco”. Una melodía in crescendo que yo fantaseé con que estuviera compuesta por Angelo Badalamenti (Brooklyn, Nueva York, 1937) mi italoamericano favorito junto con Tony Soprano. Y con que nos desvelara quién mato a Laura Palmer (Twin Peaks, David Lynch) en un código críptico ininteligible para casi todos menos para Jimmy Corrigan (1) y Karl Ferdinand Braun (2).
Pero aún sin poder descifrar semejante fórmula trigonométrica, su enunciado, en su sentido y en su actitud, me descubrió algo más allá de la laca de pelo que promocionaba y de la curiosa redundancia de electricidad estática que desprendía la pantalla de televisión en ese instante, dado el campo magnético del aparato en sí y de la crispación intrínseca de esta secreción resinosa y translucida denominada vulgarmente laca.
Y volvemos una vez más a Proust y su bizcocho dulce totémico: en lo que se refiere a mis recuerdos más atávicos, el excesivo olor a laca que se genera en las peluquerías me pone enfermo. Y, aunque no lo huela, puesto que mi TV no es tan moderna aunque es un buen electrodoméstico porque realmente es de Laszlo Kovacs, quien se lo dejó a su hermano Lando Kovacs, o también llamado El Verdadero Laszlo Kovacs, cuando se mudó (Laszlo, el simulador, digamos) a Ámsterdam, y a su vez Lando me lo trajo a mí cuando él se mudó a Vietnam (todo esto, como absolutamente el resto de lo que cuento, no sé si es verosímil pero sí es desde luego verdad absoluta), su mera presencia en las dimensiones que sea altera por completo mi organismo. Para estos momentos de alergia extrema siempre tengo a mano mi guitarra y tarareo "Woman" de John Lennon. Y todo va bien. O quizá todo sea fruto de la casualidad.

(1) The Smartest Kid on Earth (El niño más listo del mundo), de Chris Ware.
(2) Inventor del Tubo de Rayos Catódicos
© ENDTOPIC

17.3.10


El meridiano de Greenwich
Hoy pienso en discos paisajistas y fulgurantes, los que te hacen mirar al cielo fijamente, fascinado ante la inmensidad de la galaxia desconocida, esperando paciente e impacientemente a que te sobresalte una señal inequívoca y obtengas esa explicación sustancial que dé sentido a todo. Un plan al que aferrarse, una confabulación, una anatomía del corazón. Jay y Bob el Silencioso ('Clerks' de Kevin Smith… y etc) observando absortos esos dibujos que esconden 3D pigmentados. Las fruterías que venden yuca y aguacate y menta. Los ciudadanos que no tienen perros y los perros que no tienen dueño. Los días de cielo blanco plomizo. El fútbol pero jamás el futbolín. ‘The Coast Is Never Clear’ (Beulah), ‘Bitches Brew’ (Miles Davis), ‘Vs. Children’ (Casiotone for the Painfully Alone), ‘The Letting Go’ (Bonnie Prince Billy), ‘Vivadixiesubmarinetransmissionplot’ (Sparklehorse), ‘Production’ (Mirwais), ‘Abbey Road’ (The Beatles), ‘Frank Black’ (Frank Black), ‘Oh, Inverted World’ (The Shins), ‘Presents the Carnival Featuring the Refugee Allstars’ (Wyclef Jean), ‘The Gasoline Age’ (East River Pipe)…
Contemplar esa línea imaginaria que divide el mundo en dos semicircunferencias.
El canon emocional, un recurrente cóctel translúcido y burbujeante de Proust, sería 'King Midas in Reverse' (The Hollies). Una canción que me deslumbra, esclarece el horizonte más lejano, la órbita de la Tierra alrededor del sol sigue sin ser un círculo exacto, ya. Pero los rayos chocan con el hemisferio más y más verticalmente, hasta que la noche es día. En Alaska, Canadá, Groenlandia, Noruega, Suecia, Finlandia, Rusia y el extremo norte de Islandia la canción descubre una pista más de luz, me cuentan personas que no conozco, con sombreros tiroleses, que aparecen en sueños de los que no soy responsable. “Allá sucede el sol de medianoche, allá sucede el sol de medianoche”. Si los vuelos están baratos valdría la pena trasladarse hasta alguno de esos sitios para asistir a la dimensión desconocida de esta melodía imantada a mi nevera. Otra posibilidad de viaje quizá más económica es escucharla mientras sucede la escena de una de mis películas favoritas, The Limey (El Halcón Inglés), de Steven Soderbergh. Suena en casa del personaje que interpreta Peter Fonda, ‘Valentine’, cuando la luz produce un efecto lupa con el agua de la piscina y su fondo sin algas, el fantasma de ‘Jenny’ bucea desnudo, y Terence Stamp, aquí ‘Wilson’, hierve. Un cazafantasmas sin vis cómica posible, porque no siempre la comedia es oportuna. Wo.
© ENDTOPIC